El Mediodía Maldito
Francisco Alejandro Leyva Aguilar
Cuento, CTC 1V IESO.
La noche fallecía y le dejaba paso el crepúsculo del amanecer cuando un grito desgarrador acabó por despertar a los pájaros que, amodorrados aún, descansaban en las ramas de los árboles.
El agudo y gutural sonido provenía de aquel lugar de la campiña costeña donde la gente sabía que algo aterrador había sucedido años atrás, cuando una mujer y sus tres hijos fueron desollados por un ente desconocido.
Los cuerpos habían sido encontrados sin vísceras, con tres tajos de garras en la garganta, sin dedos de las manos y de los pies; pero lo que más recuerdan quienes estuvieron ahí, fue la expresión de horror de las caras de los cuatro asesinados.
La boca abierta como tratando de gritar muy alto, los ojos salidos de sus órbitas inyectadas de sangre y esa expresión de terror de las caras, no dejaban dudas de que el asesino no era cosa de este mundo, sino de más allá de las tumbas, de los reinos del infierno cuyo siervo maligno, había encontrado el camino hacia la tierra.
Juana era una mujer humilde que había desposado con Pedro, un labrador que tuvo que emigrar a Estados Unidos por necesidad y al año de haberse ido, se olvidó de la mujer y sus tres hijos, dos niñas y un varón que era la esperanza de la madre.
Los problemas económicos hicieron que Juana se dedicara a la venta de tortillas y a lavar ropa ajena, mientras los hijos estaban pegados a ella todo el día porque eran pequeños, de uno dos y tres años.
En la campiña, la mujer cortaba pingüicas, frutas pequeñísimas que crecen de unos arbustos y que se venden a buen precio en el mercado costeño y, justo ahí en la campiña, un mediodía de Abril, cuando el calor es insoportable, Juana fue victimada por “algo” que el pueblo aún no acaba de descubrir.
Todos recuerdan que ese mediodía, los gritos de las víctimas se escucharon hasta las casuchas de la población y por lo mismo, un grupo de hombres fue hasta el lugar de donde provenían para realizar el macabro hallazgo.
Desde entonces una prohibición morbosa impide que la gente se acerque al lugar por miedo a que ese enviado del demonio, se volviera a aparecer y desollara a más personas y niños. Un gran letrero a la salida del pueblo advierte del peligro de acercarse a la campiña, so pena de morir desgarrado por un animal endemoniado o por el mismo diablo en persona.
Habían pasado varios años del desollamiento cuando esa mañana de Abril, los gritos se volvieron a escuchar. Los pájaros que aún dormían volaron despavoridos por el estruendo de los alaridos de horror que se habían escuchado.
Todo el pueblo despertó y los hombres, nuevamente salieron en grupo a la campiña para saber qué es lo que pasaba. Las mujeres protegieron a sus hijos y se quedaron en casa esperando las noticias. Todos temblaban del miedo.
Un calosfrío se apoderó de los hombres que se habían reunido en el parque de la población y pudieron ver que el cielo se nubló de aves que volaban desorientadas, mientras los perros ladraban incesantemente sin saber a qué ladrar.
Vacas y burros se mostraban inquietos y jadeaban como si estuvieran cargando algo muy pesado sobre sus lomos. En las casas, los niños comenzaron a desmayarse, mientras que las mujeres hablaban solas y en dialectos desconocidos, como si estuvieran locas.
Entonces los hombres decidieron ir a la campiña a enfrentar al demonio que estaba causando los problemas en el pueblo y con palos, piedras, machetes y crucifijos partieron con rumbo al lugar maldito.
Al llegar ahí, comenzó a soplar un viento muy cálido y un penetrante olor a sangre podrida, se percibía en un ambiente de intenso calor, como si hubiesen llegado al centro del averno. El cielo se enrojeció y comenzaron a sentir mareos y sudoraciones.
No había nadie a quien enfrentar, sin embargo, uno de los hombres pudo ver la cara de Satanás y blandió su machete con fuerza para asestarle un golpe mortal al cuello del aparecido. La cabeza rodó por un lado mientras un chorro de sangre brotaba del cuello del degollado.
No era Lucifer a quien había matado, sino a un compañero que estaba junto a él. De pronto todos se veían con cuernos y patas de cabra y comenzaron a matarse unos a otros sin piedad. La sangre era tanta, que la tierra no alcanzaba a absorberla.
Un rato más y ya no había gritos, tampoco hombres vivos. En el pueblo, las mujeres, se habían vuelto locas, mientras los niños desmayados, morían de asfixia vomitando borbotones de espuma de sus diminutas bocas.
Un montón de pájaros muertos tapizaban las calles del pueblo, mientras los demás animales, yacían en el piso jadeantes y babeando.
Una silueta ensotanada que flotaba a ras de piso, cruzó por el pueblo sonriendo macabramente. Su cara estaba despedazada a palos y su cuerpo debajo de la sotana estaba completamente quemado.
El medio día que Juana murió, había hablado con esa aparición. Un antiguo cura del pueblo que había sido asesinado por los pobladores. Mientras ardía en la hoguera había jurado vengarse del pueblo completo que lo acusó de violar a la madre de Juana que era entonces una niña.
No hay ninguna alma que descanse en paz en el pueblo, desde esa mañana y para siempre los espíritus deambulan por sus calles esperando vivos de quien puedan desquitar sus ansias de venganza. El pueblo maldito sigue esperándote, Dios te libre de pasar por ahí.
martes, 8 de abril de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario