Francisco Alejandro Leyva Aguilar
IESO 1 V
El engaño
Tronándonos los dedos esperamos la llamada del enlace que nos debía contactar esa noche del 26 de agosto de 1966. Estuvimos reunidos los siete periodistas en un céntrico cuarto de hotel en la crucecita Huatulco, esperando que Razhy, nuestro compañero de Contrapunto, pudiese tener alguna noticia de los alzados, pero eran las nueve de la noche y no pasaba nada.
¿Y si nos engañaron? –comentó Lupita Ríos, la única mujer en el grupo de siete reporteros-
Sugerí entonces: Porqué no vamos a dar una vuelta por las bahías, o por la cabecera municipal, es posible que el grupo armado intente atacar Santa María y no Santa Cruz o bien los lugares turísticos donde la atención internacional está puesta. Podemos dividirnos en grupos, unos vamos y otros se quedan a esperar.
Razhy sugirió que fuéramos todos al rondín y eso hicimos. En una camioneta que conducía con precaución y miedo, salimos a la Bahía de Tangolunda, la más popular de Huatulco, luego regresamos sobre la intermunicipal para visitar Santa Cruz y por último nos dirigimos al Oeste, hacia la cabecera municipal.
Antes pasamos por el aeropuerto y ahí, un soldado nos hizo la parada. ¿A dónde van? Preguntó sorprendido el oficial porque no era una hora adecuada para estar en el aeropuerto, el último vuelo ese día había salido a las cinco de la tarde y eran las once de la noche.
Atiné a decirle a manera de justificación, que estábamos perdidos y que buscábamos Santa Cruz Huatulco. ¡Unos cinco kilómetros más adelante por la costera! –Me contestó el miliciano-
Entonces dimos vuelta hacia la carretera federal y nos dirigimos a Santa Cruz. Ni un alma en las calles, ni un perro vagabundo o un puesto de comida de esas que cierran tarde sus puertas a los trasnochadores.
El Palacio Municipal estaba oscuro y solitario, no había guardias ni veladores. Algunas camionetas con la razón social del ayuntamiento, estaban estacionadas cerca del edificio central. El parque estaba también vacío pero lucía iluminado tenuemente por unos arbotantes de neón.
Hasta entonces Juan Carlos Reyes suspiró y se atrevió a abrir la boca: “Se me hace que nos engañaron como a chinos” –dijo- y todos soltamos una carcajada sonora que se escuchó lejos, debido al silencio de la noche en la carretera.
Decidimos regresar a la Crucecita para descansar de un día completo de tensión, de zozobra porque nos habían invitado a una conferencia de prensa con el Ejército Popular Revolucionario pero en último momento cambiaron la entrevista por una acción militar.
Nos habían informado que la acción se realizaría a las nueve y media de la noche de ese jueves, pero a esa hora no ocurrió nada, nosotros hicimos el recorrido para constatar lo que estaba pasando pero el grupo armado decidió no atacar a esa hora.
De regreso hacia la Crucecita, una luz incandescente iluminó el cielo por completo. Era una luz roja intensa que se alzó por los aires hasta una altura considerable y luego destelló, no hizo ningún ruido, pero no nos sorprendió porque parecía algún tipo de pirotecnia.
Llegamos al centro de la Crucecita a eso de las 12:20 de la madrugada y ahí si había movimiento en los bares del rededor del zócalo. Lupita, Pedro Matías y yo, nos sentamos en una banca para planear qué diríamos en nuestras casas porque nos habíamos salido de incógnito, debido a lo delicado del asunto y estábamos en nuestras cavilaciones cuando comenzamos a escuchar disparos por doquier.
Los primeros fueron al norte del centro y luego se generalizaron por todas partes y, mientras nosotros entrábamos como tromba al hotel, los comensales de los restaurantes salieron a ver lo que ocurría.
Trepamos las escaleras del pequeño hostal hasta la azotea donde unos arcos de concreto nos cubrirían de la lluvia de balas que se avecinaba. Desde esas alturas pudimos observar como una columna de paramilitares con pasamontañas, se bifurcaba en la esquina este del centro de la crucecita para rodear todo el parque.
Apostados ahí, comenzaron a balacear todos los establecimientos comerciales que se encontraban ahí, incluido el hotel donde estábamos. Y cuando estuvieron frente nuestro, les gritamos ¡Somos prensa, queremos hablar con ustedes!
Juan Carlos Reyes y yo bajamos el hotel desesperados para entrevistarnos con los sediciosos, pero cuando llegamos a la calle, una ráfaga de AK-47 nos detuvo en seco. Pude sentir el viento de las balas arriba de mi cabeza y me tiré al piso; Juan Carlos Reyes hizo lo mismo y nos quedamos unos minutos tirados.
Minutos que para mi fueron horas de desesperación, pensé que iba a morir estúpidamente esa noche, pero los guerrilleros no tenían la intención de matarnos porque lo hubiesen podido hacer horas antes mientras estábamos en el recorrido.
Razhy apareció en la puerta del hotel y nos dijo: “levántense despacio y regresen a la puerta, no corran ni hagan nada”. Eso fue lo que hicimos, mientras los alzados rodeaban el parque, nutrían una vez más su columna y se encaminaban hacia unos camiones que los esperaban.
Ninguno de mis compañeros pudo hablar con ellos y al contrario, cada vez que se acercaron, recibieron una ráfaga de tiros y así como llegaron, se perdieron en la negrura de la noche. A esa hora, casi a la una y media de la madrugada, comenzamos a transmitir la noticia a todos los medios que pudimos.
Otro recorrido fue necesario para evaluar los daños… lo que vimos, fue horrible: once muertos entre militares, marinos, guerrilleros, policías y civiles, fue el macabro saldo de esa madrugada, pero nuestro martirio no terminó ahí.
Esa noche fue muy larga, muy, muy larga. Casi al amanecer llegaron los militares provenientes de todo el territorio del estado para buscar a los responsables de la matanza, Huatulco estaba prácticamente sitiado.
Nosotros escuchábamos las noticias que habíamos dado a conocer en la madrugada y algunos de nosotros entramos en vivo a los noticieros de radio, tanto en Oaxaca como fuera de ella.
Una noticia nos impactó: El gobierno de Diódoro Carrasco acusaba a los reporteros que cubrimos la nota, de estar involucrados con el movimiento eperrista; hasta entonces descubrimos los alcances de nuestro atrevimiento y del engaño del que fuimos objeto por parte de los Guerrilleros, entonces comenzó el martirio cuyas secuelas aún se sienten y que tardarán mucho tiempo en sanar
martes, 18 de marzo de 2008
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2 comentarios:
Muy interesante, muy interesante, me tenía con los ojos de punta, ¡qué miedo!, sólo una duda fue en 1966 o en 1996, las fechas no me cuadran.
Un saludo y que tenga unas descansadas vacaciones.
mis respetos mi estimado escribe muy bien, espero sigamos en contacto, que asi sea.atte. colunga
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