martes, 8 de abril de 2008

De la guera y sus demonios

De la Guerra y sus demonios.
Alejandro Leyva Aguilar
Redacción 1 V CTC

Hoy, quizá sea uno de los días más críticos en el conflicto entre Irak y los Estados Unidos. Hay un ultimátum y las preferencias por la guerra parece que son la prioridad de ambas partes.

Cuando los intereses por sumir y consumir al planeta, en una conflagración, rebasan cualquier pretensión de conciencia, entonces la violencia masiva se hace presente para devastar todo a su paso: ciudades, bosques, selvas, mares, animales y hombres… sin piedad.

Solo hagamos un recuentro de las dos últimas confrontaciones a nivel mundial.

El 28 de Julio de 1914 comenzaron las fricciones entre el imperio Austro Húngaro y los Serbios; como pretexto, el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero del trono Austrohúngaro, a manos de un fundamentalista Serbio.

La guerra se extiende a Rusia el 1 de Agosto de 1914 y se generaliza; participan en ella 32 naciones y duró 4 años, 3 meses y 14 días que no podría describirlos en un ensayo a menos que fuera extenso.

Tuvo un costo material de 186 mil millones de dólares y uno humano de 37 millones de bajas militares y 10 millones de civiles muertos.

Rusia firmó la paz el 3 de marzo de 1918, en Brest Litovsk con la que se puso fin a la guerra entre Rusia y los países del Imperio Central, que además motivó la paz en la mayor parte de Europa.

No se consiguió absolutamente nada con la guerra y en aquella muestra de poderío destructor de las potencias mundiales, se demostró que no solo la dinamita o los explosivos podían ser letales para la humanidad, sino también las armas químicas y biológicas que son las que nos preocupan en este conflicto entre, hay que decirlo, el pueblo de Irak y George W. Bush.

La Segunda Guerra Mundial no tuvo precedentes. El poderío militar e industrial de Alemania y un proyecto fascista de Adolfo Hitler y Benito Mussolinni convirtieron al mundo en una gran hoguera.

Comenzó en 1939 como un conflicto entre Alemania y la Coalición Franco Británico que se extendió hasta afectar a la mayoría de las naciones del orbe, concluyó en 1945 y supuso el nacimiento de un nuevo orden mundial, dominado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y los Estados Unidos de América.

En la Segunda Guerra Mundial se utilizaron dos nuevas armas radicalmente nuevas para la época: Los cohetes de largo alcance y la Bomba atómica.

La Primera Bomba Atómica se detonó el 16 de Julio de 1945 en Alamogordo Nuevo México como una prueba de destrucción masiva y se utilizó militarmente el 6 de Agosto de 1945 sobre Hiroshima, para obligar a los japoneses a la rendición, tres días después otra bomba atómica destruyó Nagazaki.

61 países participaron en la Segunda Guerra Mundial con una población que rebasó las tres cuartas partes de la población mundial; se reclutaron a 110 millones de habitantes de los cuales más de la mitad pertenecían a tres países: Alemania, URSS y Estados Unidos.

Murieron 55 millones de personas, eso sin contar con los 5 millones de judíos asesinados durante el Holocausto. La Guerra se caracterizó por el genocidio de gitanos, judíos y homosexuales.

Costó más de un billón de dólares

Decía arriba que cuando el interés de consumir al planeta, rebasa toda conciencia, no se puede hacer mucho por salvarlo, en consecuencia a lo único que podemos aspirar los que la tenemos, es a escribir algo sobre las posibles consecuencias de enfrascarnos en una guerra que quizá sea la última.

Albert Einstein dijo en alguna ocasión que no sabía cómo iba a ser la tercera Guerra Mundial, pero si estaba seguro que la cuarta tendría que ser con palos y piedras.
Einstein, que fue uno de los genios del siglo pasado, nos advirtió sobre la posibilidad de destrucción total de la humanidad si seguimos con la necedad de resolver los problemas por la vía armada.

Y lo decía porque la carrera armamentística desatada a parir de la Segunda Guerra Mundial, no ha parado desde entonces. La creación de armas letales de destrucción masiva, es ahora tan grande que durante la guerra fría estuvimos al borde del holocausto nuclear, cuando Estados Unidos era gobernado por un hombre al que le debemos la estabilidad política de los últimos tiempos y también la vida: Jhon F. Kennedy.

Pero esos tiempos de estabilidad están muy lejos de regresar y por el contrario parece que este calor de sol, se está tornando de infierno, el infierno de la incertidumbre de pensar que miles, millones de personas estamos en la mente de solo unas cuántas que son las que decidirán si persistimos en este planeta.

Esa famosísima reunión de las Islas Azores en las que proponen un desarme expedito y sin condiciones de los iraquíes y que los orillan más a la conflagración, no puede, ni debe ser el marco para tomar una decisión tan crucial como el inicio de una Tercera Guerra Mundial.

Pero ¿Qué podemos hacer sino rezar? ¿Qué podemos esperar de nosotros mismos como humanos si lo único que hemos hecho en todos estos miles de años en los que hemos “evolucionado” es destruir a ultranza este planeta que nos ha dado tanto? ¿Qué hacer si solo somos capaces de ver la televisión y medio preocuparnos por lo que pueda pasar en los siguientes días: si sube la gasolina o se encarecen los alimentos o si el turismo bajó o si el dólar subió?

En verdad ¿Qué hacer?

Hay algunas personas como yo que se preocupan un poco de lo que le espera en las últimas horas, aunque no vaya a pasar nada y si entiendo por las noticias, que el ataque de los gringos y de los iraquíes será biológico o químico, entonces tengo que esperar a morirme de Viruela o Ántrax o ser consumido por un gas letal como el mostaza o el sarín que ya fue utilizado durante la Segunda Guerra Mundial por los Alemanes.

Podemos también leer los libros sobre la Primera y Segunda Guerras Mundiales o sobre la Guerra de Vietnam y seguramente nos vamos a horrorizar con los relatos de los Chinos que fueron consumidos por agentes biológicos liberados por los japoneses, o los afganos que fueron lacerados en la guerra contra la Unión Soviética en 1980.

Eso fue el siglo pasado. ¿A qué nos vamos a enfrentar este siglo? ¿a la defoliación de millones de hectáreas de bosques o al envenenamiento de ciudades completas por un virus desconocido del que se les olvidó inventar el antídoto?

Estoy aquí en mi México Lindo y Querido, como dijera Jorge Negrete en aquella canción que lo volvió famoso y aquí habitamos 90 millones de personas, en una “puerta de entrada a los Estados Unidos”. Aquí en México donde miles de indocumentados tratan de pasar, muchas veces con éxito, hacia el país del Norte.

Estoy aquí con mis seres queridos y supongo que estaré y estarán aquí hasta que Dios quiera, si entiendo las cosas de una manera espiritual, porque si me pongo a pensar que no va a ser hasta que Dios quiera, sino hasta que las decisiones de unos cuántos actores políticos internacionales lo decidan, entonces estaré odiando eternamente, desde el más allá, desde la Otra Mansión a la raza humana que no supo honrar la inteligencia que el Gran Arquitecto del Universo le proporcionó.

Vaya pues una plegaria desde este corazón por la paz, esa paz que tanto nos hace falta dentro de nuestros propios corazones, esa paz del anciano que ya vivió lo suficiente como para morirse cantando o esa paz de los recién nacidos que no comprenden la imperfección de la mente adulta y adusta de esta generación de idiotas.

Una plegaria que llegue hasta los rincones más recónditos de la conciencia humana porque no puedo pensar que en el amanecer de este nuevo siglo en que esperaba el crecimiento tecnológico profundo, ese que no tiene miedo de enfrentarse al espíritu humano para desarrollar la tecnología dentro de la metafísica, pueda acabar de la manera más simple que es la ignorancia, con la vida de estos tantos y tantos y tantos millones de personas que habitamos esta Gran Canica Azul.

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