martes, 18 de marzo de 2008

El Escote

Francisco Alejandro Leyva Aguilar
Primero V, CTC, IESO
Redacción I

El Escote
Si la mujer inspira por si sola, cuando usa una prenda que incita la imaginación y mueve los nervios del hombre más sereno, entonces se vuelve musa, se transforma en poesía terrenal cuya forma, fondo, ritmo y rima son solo cuestión de tiempo.

De entre todas las prendas excitantes, el escote es la mejor, porque medio cubre aquellas curvas perfectas, voluptuosidades exquisitas y maternales que evocan ternura y pasión, pasión y ternura que se combinan en una especie de sublimación del ser.

No es posible no mirar a una mujer que lleva un escote bajo el cual, dos pechos erguidos y perfectos, invitan a la elucubración morbosa o a la reticencia de los músculos ligeros al tacto del bajo vientre de todos los hombres.

El escote es la verdad oculta, el telón donde la ópera de placer se esconde antes de comenzar. Es el alfa del goce inescrupuloso donde la ansiedad queda reprimida porque aquellos senos intensos y palpitantes permanecen aún en una cárcel de tela fina.

Pequeños o grandes, los senos de una mujer llaman la atención tras el escote. No importa cuán apetecibles o perfectos sean, no importa su grosera medida en talles de sostén, sino la importancia que implican en el acto sublime de la sexualidad.

Lo que realmente importa, es la sensualidad con que una mujer porta un escote. Si parte a la mitad su humanidad y la divide en izquierda y derecha, duplica el placer del admirador porque no sabes cuál te gusta más, cuál de las dos mujeres te proporcionará más goce, con cuál de las dos comenzarías primero.

Un escote también marca el camino, es una guía hacia el triángulo de Venus en cuya cueva descansa tranquila la sexualidad de la mujer. Es la flecha indicadora de la vereda segura que conducirá los deseos al lugar exacto para fundir dos cuerpos en uno solo.

Todas las mujeres del mundo deberían usar escotes para motivar la imaginación y los deseos de los hombres; todos los hombres deberían de mirar lo que se esconde tras los escotes de las mujeres, porque sabrían si están en el camino correcto de la felicidad placentera, de esa que tiene relación estrecha con la cópula.

Un escote también brinda información sobre la edad y la condición de las damas, con un escote uno puede identificar si ella se siente segura de si misma o si tiene algunas patologías sexuales que la orillan a solo taparse los pezones, cúspide de las montañas pasionales que encierra la abertura en el vestido.

Ah que gratificante resulta observar los senos tras un escote coqueto, ese que se abre lo suficiente como para dejar ver la nívea piel del pecho femenino, ese que permite conocer los accidentes dérmicos de la portadora, admirarlos y empezar a desearlos.

¿Se han percatado de que la piel de los senos de una mujer, es más blanca, más suave, más tersa, más excitante que la demás piel del cuerpo?

¿Será porque la dama le pone especial cuidado y atención a esa parte específica de su cuerpo que sabe que será tratada con dulzura románica o pasión desenfrenada?

¿Será que Dios, en su infinita sabiduría, concibió aterciopelado y bello ese pedazo de piel erguida con la que la madre amamantaría a su hijo?

Sea cual sea la respuesta, que Dios bendiga a Dios por la disposición en exacto extremo de los senos femeninos. ¡Qué bueno que no puso uno debajo del otro!, ¡o uno en la espalda y otro en el pecho!, ¡o en las rodillas!, ¡o detrás de las piernas!

De haberlo hecho así, el escote no tendría ningún sentido y la imaginación se hubiese reprimido a tal grado que quizá no existiera la música o la poesía porque ese principio fundamental de abstracción del artista habría quedado estático, observando no la belleza, sino la monstruosidad de una aparición de tal naturaleza.

El escote también marca el camino hacia arriba, hacia otra cavidad llena de dulzura con la que las mujeres a veces pronuncian la palabra mágica cuyos sonidos nos transforman. Cuando ellas dicen “te amo” con sus carnosos labios, el cosquilleo lujurioso comienza en cada átomo de la piel del hombre.

El escote no solo te hace imaginar por dentro a la mujer, partirá de ahí una mirada de pies a cabeza que penetrará en lo más profundo del ser que se admira, transportará al observador a todos los puntos de la humanidad de la musa y pensará que es querido y aceptado.

Supondrá en su imaginación que ese escote fue puesto en ese lugar precisamente para que él observara, para que disfrutara, para que volara al cielo desnudo con su musa para adorar al Olimpo y a sus míticos dioses.


Si los senos son complemento de la belleza de la mujer, el escote es su pasarela, su foro, el micrófono con que los senos hablan, gritan y nos dicen lo importante que son, no solo para la vanidad de las damas, también para el placer y la imaginación de los caballeros.

1 comentario:

Mezcal dijo...

Vaya, con una lectura tan placentera, ¡quién no quiere volver a pasar la vista por estas letritas!
Saludo