domingo, 17 de febrero de 2008

En San Agustín
Alejandro Leyva Aguilar
El periplo comenzaba el primer día de la Semana Santa de cada año. Era una costumbre admirable de mis padres llevarnos a acampar a una solitaria playa de la costa Oaxaqueña que aún se llama San Agustín.
En aquellas épocas no había absolutamente nada en la playa: tiendas, restaurantes, casas; nada, todo estaba vacío y era menester aprovisionarse de todo para llegar a ese paraíso multicolor que era la bahía de San Agustín.
Salíamos de la Finca Cafetalera de mi padre en la madrugada y atravesábamos innumerables ríos que muchas veces ocupábamos para descansar y desayunar.
La llegada a la playa era toda una odisea porque había que pasar arenales donde muchas veces los vehículos se quedaban enterrados en la arena y había que utilizar mañas y conocimientos para poderlos sacar de sus prisiones.
Salvados esos obstáculos y luego de colocar las casas de campaña donde nos dormiríamos, la recompensa era maravillosa. Una playa virgen que más bien era una alberca para los que estábamos pequeños, nos ofrecía a parte de seguridad, un paraíso submarino que aún lo llevo en mi mente.
Peces multicolores, mantarrayas y hasta hipocampos pude ver debajo de esas aguas cristalinas del pacífico. Los arrecifes de coral que aún se pueden observar, daban al paisaje subacuático la impresión de un bosque lleno de vida.
Hacía el sur de esa península que es San Agustín, se encuentra la Playa del Coyote, un verdadero reto para los buenos nadadores. Las historias de los nativos de ahí, contaban que muchos turistas perdieron la vida con solo pararse cerca de donde rompen las olas.
Y es que en verdad daba miedo siquiera observarla. La fuerza de las olas era tan impresionante que si uno se paraba muy cerca de la playa podía ser arrastrado hacía las profundidades.
Una semana duraba nuestra estancia en ese paradisiaco lugar y luego el regreso era lo suficientemente triste como para no querer hacerlo. Había que recoger todo lo que llevábamos y subirlo a los camiones para así emprender el viaje de regreso primero a la Finca y luego hasta esta capital.
Lo único bueno que quedaba, era la certeza de que el próximo año, volveríamos de nueva cuenta a nuestro paraíso.

No hay comentarios: